Juanita y la medusa

Había una vez una chica que se llamaba Juanita, tenía 5 años, era flaca, alta tenía el pelo rubio con rulos y le gustaba mucho comer bizcochitos, también le encantaba su gato naranja, se llamaba Michifús y era un gato paseandero, salía siempre de su casa de noche y paseaba por el bosque que estaba cerca de la cabaña donde vivía Juanita.


Una mañana cuando Juanita se despertó Michifús no estaba por ningún lado, se había ido de noche a jugar al bosque, como siempre, pero no había vuelto, era raro, él siempre volvía a las pocas horas, cuando la nena se despertaba siempre estaba en los pies de su cama durmiendo. Juanita muy preocupada salió a buscar a su gato naranja por el bosque, buscó en los lugares de siempre: el árbol de manzanas, el arroyito donde había pescaditos y el tronco vacío que estaba tirado en el piso del bosque lleno de musgo. 

No podía encontrarlo por ningún lado y se sentó en el tronco a pensar, estaba asustada de que a su gato le hubiese pasado algo y se puso a llorar, mientras lloraba escuchó una voz muy ronca que le decía:

-Buscás al gato naranja no?

Al darse vuelta vió que el que le hablaba era… ¡Un sapo!, asombrada dijo -sí, estoy buscando a Michifús, mi gato naranja, lo viste?

-Claro, dijo el sapo, pero lamentablemente no lo vas a poder ver más, se metió en la cueva encantada.

-¿Cueva Encantada? ¿Dónde está? preguntó Juanita

-Yo te puedo llevar si querés, pero no te lo aconsejo, en la cueva encantada vive Medusa, que es un ser mitológico muy peligroso, tiene serpientes en vez de pelo y si la mirás a los ojos… ¡te convierte en piedra! 

-A mi ninguna loca de pelos de serpiente me va a robar el gato, llévame por favor, respondió la nena.

Juanita siguió al sapo que lideraba marcando el camino a los saltos, después de un rato de andar llegaron a una cueva escondida en una montaña gigante, rodeada de un espeso bosque de pinos. Al llegar a la entrada de la cueva el sapo dijo: 

-Hasta acá llegué yo, mucha suerte.

-Gracias, le dijo Juanita y juntando coraje se metió en la oscura cueva.

La cueva estaba oscurísima, no se veía nada, pero por suerte a los pocos pasos vio que había una antorcha y un encendedor, la prendió y siguió el camino, había un silencio terrible, solo sus pasos se escuchaban. Al llegar al final de la cueva se encontró con una escalera que bajaba tanto que no se podía ver que había al final, empezó a descender lentamente y después de un rato largo de caminar se encontró con un un río, en la orilla se veía un barco y un barquero, el hombre la vió y le dijo que no debería estar en ese lugar y que se fuera, pero Juanita le dijo que había perdido a su gato y quería saber si lo había visto, el barquero le dijo que había pasado para el otro lado con Medusa.

¡Nadie me roba mi gato! dijo enojada la nena, llevame al otro lado por favor.

El barquero le dijo que para llevarla del otro lado tenía que pagarle un óbolo.

¿Un óbolo? ¿Qué es eso? preguntó Juanita

-Eh…una moneda de plata, respondió el barquero

Juanita revisó su bolsillo y sacó una moneda de un peso, tomá, llevame rápido que quiero buscar a mi gato e irme de este lugar horrible.

Ambos se subieron a la barca y Caronte con un remo grandote la llevó al otro lado.

Se despidió del barquero y siguió el único camino que había, luego de unos minutos de caminata se encontró con la Medusa, también vió a su gato, convertido en piedra, de adorno arriba de una mesita de luz.

-Mi gato! monstruo feo! ¿¡qué le hiciste!?

-¿Qué hacés acá!? tu gato vino a mi cueva, en un principio pensé en quedarmelo pero se portaba mal así que lo convertí en piedra

Juanita, enojadísima, agarró una espada que estaba en el piso y corrió a enfrentar a la malvada Medusa, ella le pedía que la mire para convertirla en piedra pero la niña era muy inteligente y acordandose las palabras del sapo miraba la punta de los zapatos de medusa esquivando su mirada.

Después de una terrible pelea, Juanita logró cortarle la cabeza a la medusa, que era la única forma de vencerla, y esto hizo que su gato vuelva a su forma original.

Muy contenta por la victoria, alzó a Michifús y volvió a su casa por el camino que había venido, cuando llegó a su cabaña se acostó junto a su gato y  durmieron un montón… esa noche Michifús no salió.

El rey de la pachanga

Había una vez un cascarudo playero, Carlos, así se llamaba el cascarudo, soñaba con convertirse en el rey de la pachanga, pero había un problema: no sabía bailar.

Entonces Carlos se sentó a pensar un rato, para ser el rey de la pachanga ¿Que necesito?

-Necesito aprender a bailar

-Necesito ser carismático

-Necesito ropa llamativa

Carlos pensó al respecto y se dió cuenta de que para lograr su objetivo iba a necesitar ayuda.primero, fue a ver al pájaro Gomez, que era el mejor bailarín que conocía, le pidió ayuda para aprender a bailar y el pájaro le enseñó algunos pasos y le dijo que tenía que practicar mucho para ser un buen bailarín.

Así que Carlos bailó y bailó, practicó sus pasos una y otra vez y luego volvió con el pájaro para que le corrija sus errores, después de un tiempo de arduo trabajo se convirtió en un gran bailarín.

Ahora el cascarudo sabía bailar, pero si quería llegar a ser el rey de la pachanga, tenía que trabajar un poco en su timidez y conocía al animal perfecto para ayudarlo: Leo, el lechón santafesino.

Fué a visitar a Leo a la chanchería, le contó su historia y le preguntó si podría ayudarlo a aprender a conversar y a ser amigable. Leo, que era un cerdo muy sediento le dijo: 

-bueno, pero a cambio necesito que me consigas una caja de jugo de uvas, 

Carlos consiguió el jugo y volvió.

Leo le enseñó a perder la timidez, a confiar en sí mismo y a poder hablar con cualquiera con fluidez, le dió varios consejos y el cascarudo se despidió agradecido y se fué a practicar, nuevamente se dedicó por completo a aprender su nueva habilidad.

Luego de mucha práctica (habló con cientos de insectos) pensó que solamente le faltaba una cosa para poder transformarse en el rey de la pachanga: ropa llamativa.

Carlos sabía que los insectos más exitosos en el baile eran los que tenían ropa llamativa, con colores fuertes y detalles especiales, así que fue a buscar al maestro piche ríos, pero se llevó una sorpresa al no encontrarlo en su casa, su hija le dijo que estaba en el rosal de la parte norte del patio, así que el cascarudo tuvo que emprender un largo viaje para encontrarlo, lamentablemente en el rosal lo recibió otra de sus hijas y le dijo que estaba en un yuyo del oeste, curiosamente el cascarudo tuvo que recorrer todo el patio encontrando muchos hijos e hijas hasta finalmente encontrar al maestro piche en un pozo debajo de un aloe vera. Cuando lo encontró estaba muy feliz, le contó que quería aprender a vestirse tan maravillosamente como él porque tenía planeado convertirse en el rey de la pachanga, el piche dudó un poco pero luego de la insistencia del cascarudo le dió unos cuantos tips de como vestirse, con esta información el cascarudo fué a conseguir la ropa que le hacía falta y se preparó ensayando todo lo aprendido hasta el fin de semana.

El día sábado se bañó, se perfumó, se vistió y fué a la bailanta, esperó su momento tomando unos jugos de uva  y cuando comenzó una canción que le gustaba se paró, sacó a bailar a una cascaruda muy linda y empezó la demostración de su habilidades.

Todos quedaron sorprendidos con su maestría para el baile, se armó una ronda a su alrededor y se convirtió en el centro de atención, los insectos comentaban: “Es el nuevo rey de la pachanga”

Pez Andrés y su burbuja terrestre

Había una vez un pez, que se llamaba Andrés y soñaba caminar con pies, pero como era una pez, no podía , ni tampoco podía comer sandía, pero lo que sí podía hacer Andrés, que era un pez, era flotar y nadar, del derecho y del revés.

Andrés de hecho era un gran nadador, pero estaba aburrido de estar siempre en el mismo lago, ya lo conocía de una punta a la otra, cada rincón y cada recoveco, y Andrés era un pez muy curioso y le encantaba descubrir cosas nuevas, conocer lugares y animales, tenía muchos amigos en el lago y ahora quería tenerlos en el exterior..

El pez pensó y pensó, ¿Cómo puedo hacer para salir del agua?, le preguntó a todos los peces que conocía, pero todos le decían lo mismo: 

-No hay forma, los peces viven en el agua. 

Pero Andrés no era como los otros, él no se daba por vencido, si no estaba hecho él lo iba a hacer, entonces pensó y pensó, tengo que conseguir ideas, se dijo, entonces se acercó a la orilla, junto el aliento y sacó la cabeza, estuvo un rato largo mirando afuera y en un momento vió un nene jugando en la orilla con un burbujero y se le ocurrió una idea, EUREKA! gritó y salió nadando a toda velocidad a su taller de inventos. 

Allí se dispuso a armar su burbuja transportadora, era una burbuja donde él entraba, que iba llena de agua del lago y tenía unos controles que le permitian manejarla desde adentro, así podía salir al exterior y no ahogarse.

En su primer intento la burbuja se rompió a pocos metros y tuvo que volver a los saltos al agua para no ahogarse, pero se dió cuenta cual era el problema y lo solucionó en su segunda versión de la burbuja terrestre.

En su siguiente intento logró llegar mucho más lejos pero se dió cuenta a mitad del camino que el agua se iba evaporando por el calor, entonces tuvo que volver al agua, ahí se le ocurrió la idea de dejar una manguera larguísima que quedara en el lago y fuera rellenando la burbuja a medida que el agua se evaporara, se puso a trabajar y lo hizo.

Finalmente tenía su burbuja terrestre lista para hacer un gran viaje, le costó mucho trabajo, muchas mejoras y reparaciones y muchas malas caras de parte de los otros peces, pero ahora podía cumplir con su plan, se dedicó a recorrer toda la tierra que había alrededor del lago y conoció tortugas, sapos, chanchos, perros, zorrinos, muchos insectos y hasta gatos (estos le costaron bastante, pero finalmente los convenció, por suerte la burbuja terrestre era a prueba de rasguños), tuvo aventuras maravillosas, hizo nuevos amigos y aprendió muchas cosas.

Después de varios meses de recorrer se dió cuenta de que estaba en una isla… y que ya la había recorrido toda… era el momento de otro invento, esta vez, un invento volador.

El camaleón ninja

Había una vez un camaleón que se llamaba Ramón, Ramón era un camaleón especial, tenía unas habilidades de camuflaje especialmente fantásticas, podía mimetizarse con cualquier ambiente de forma rápida y sigilosa, sus amigos le decían “El Ninja”, y por la selva se corría el rumor de que era el mejor camuflador de todos los tiempos. 

Un día, mientras jugaba en el bosque con sus amigos aparecieron tres camaleones viejos, con cara seria y pinta de importantes, se acercaron a “El Ninja” y le preguntaron: 

-Buenas tardes, venimos a buscarlo para comentarle algo muy importante.

-¿Algo importante? a mí?

-Si señor, acompáñenos por favor.

Curioso, el camaleón se despidió de sus amigos y acompañó a los enigmáticos camaleones antiguos. 

Una vez que encontraron un lugar tranquilo para sentarse, el más antiguo de los camaleones comenzó a contar una historia:

Hace muchos siglos, los camaleones eramos animales mucho más poderosos de lo que somos ahora, teníamos no solo la habilidad de cambiar de color, si no también de cambiar de forma y de volvernos invisibles, pero esos grandes poderes generaron una envidia muy fuerte por parte de otros reptiles, especialmente de las iguanas, que vivian cerca de nosotros en la selva, la envidia que nos tenian era muy grande, pero la de una iguana en particular era exagerada, tremenda. Ella decidió que iba a aprender los poderes de las artes oscuras para robarnos nuestras habilidades, dedicó su vida a buscar libros de magia negra y magos maléficos que estén dispuestos a enseñarle, años después se había convertido en un poderoso brujo, era temido entre todos los reptiles y había logrado crear una pócima para robar el poder de los camaleones.

El terrible hechicero esperó a que todas los camaleones se reunieran en el VI congreso internacional de camaleones y allí conjuró su terrible hechizo, cuando estaban por perder todos sus poderes y convertirse en simples reptiles un valiente camaleón que se había quedado dormido y llegó tarde vió lo que estaba pasando y rápidamente subío al árbol donde estaba la iguana hechicera y la ahorcó con su lengua larga, haciendo que el hechizo quede a mitad de camino, en vez de sacarle todas sus habilidades, había quedado la de cambiar de color, pero no las otras. El hechicero fué corrido por las iguanas que saliendo de su encanto lo vieron con un cáliz en las patas, donde tenía atrapadas las habilidades de las iguanas, lamentablemente, el verde-oscuro mago escapó.

Ahora encontramos donde se escondió. Dijo el camaleón con un brillo de esperanza en los ojos, 

-Está en una cueva, pero está resguardada por serpientes, gatos y monos, los principales depredadores de nuestra especie. Hemos intentado miles de veces, muchos han muerto intentando recuperar el cáliz, sos nuestra última esperanza.

Los viejos camaleones lo guiaron hasta la entrada de la cueva y le explicaron que para romper la maldición tenía que conseguir el cáliz y destruirlo, pero se comentaba que el Gran Hechicero Iguana todavía lo custodiaba desde su trono, al final de la tenebrosa cueva.

El ninja se despidió y los tres ancianos le desearon suerte, se deslizó a toda velocidad hacia el interior de la cueva y al dar unos pasos se encontró con el primer obstáculo, Un gato siamés, el más temido de los gatos, por su inteligencia superior y su maldad sin igual, cuando el gato vió al camaleón se abalanzó sobre él, pero rápidamente El Ninja rodó y se mimetizó con unos yuyos, el gato desconcertado olfateó buscandolo y cuando estaba acercando su hocico a nuestro héroe, casi tocándolo, el camaleón le dió una patada, digna de un ninja en el medio de la cara del gato, dejándolo inconsciente. 

Corrió sigilosamente para no avivar a los posibles enemigos y a los pocos metros vió un grupo de tres monos que dormían, fué mimetizándose con el ambiente hasta pasarlos, después de encontrarse con todo tipo de animales y luchar, correr o esconderse, finalmente llegó al final de la cueva, en ella había un trono en el cual había un cáliz violeta, cuando se acercó lentamente para agarrarlo, la tierra se abrió delante del trono y salió una iguana calavera con una túnica de mago, Una voz de ultratumba dijo: 

-¿Quién se atreve a interrumpir mi descanso?. 

El Ninja pegó un salto que casi toca el techo del susto que le dió, pero enseguida se compuso y se preparó para la pelea.

Iguana y camaleón pelearon a muerte, el hechicero malvado disparaba rayos de energía negros queriendo atrapar al Ninja pero él era muy rápido y los esquivaba, poco a poco fué acercandose y cuando la iguana le quiso pegar con su cetro lo esquivó y logró agarrar el cáliz y reventarlo contra la pared, mientras los mil pedazos volaban por los aires y el camaleón festejaba su victoria y sentía como recuperaba los poderes de sus ancestros, la malvada iguana aprovechó para disparar un hechizo que hizo explotar al héroe reptiliano, los camaleones habían recuperado sus poderes gracias al Ninja, pero el malvado hechicero lo había matado.
El comité de iguanas hizo un monumento del gran héroe, Ramón El Ninja Camaleón, que devolvió a la raza camaleónica los esplendorosos poderes del pasado.

Valentino el dino

Había una vez un dinosaurito violeta que se llamaba Valentino y vivía en un bosque muy lejano. Valentino era un dinosaurio amigable y cariñoso, pero le costaba mucho hacer amigos porque era muy tímido. Como era de color violeta, los otros dinosaurios se burlaban de él y lo rechazaban. Esto hacía que Valentino se sintiera muy triste y solo.

Un día, Valentino decidió que ya era suficiente y que tenía que hacer algo para cambiar su situación. Así que decidió ir a explorar el bosque en busca de amigos. Valentino se topó con un grupo de dinosaurios que estaban jugando y decidió acercarse. Pero los dinosaurios se burlaron de él por su color y lo rechazaron.

Valentino, aunque se sintió muy triste, no se rindió y siguió explorando el bosque en busca de otros animales más amigables. Finalmente, encontró a un pequeño pájaro que estaba lastimado en el piso. Valentino se acercó suavemente, lo levantó y lo llevó a su casa, donde cuidó de él hasta que se curó completamente. El pájaro estaba muy agradecido y se hicieron grandes amigos. Una vez que estuvo recuperado, salieron juntos a pasear por el bosque.

A medida que exploraban juntos, se encontraron con los mismos dinosaurios que se burlaron de Valentino por ser violeta. Pero el pequeño pájaro les dijo que eran unos cabeza de termo por tratarlo así solo por ser diferente, apoyó a Valentino y le dijo que no les haga caso.

Con el tiempo, otros dinosaurios se dieron cuenta de lo copado que era Valentino e hizo nuevos amigos. Valentino finalmente había encontrado amigos que lo aceptaban tal como era, y se sintió muy feliz y agradecido.

Al final del arcoíris

Había una vez una nena colorada que se llamaba Josefina, un día, Josefina estaba jugando en el patio de su casa después de que lloviera, vio un arcoíris a lo lejos y se le ocurrió la idea de ir a donde empezaba el arcoíris para ver qué había, en las historias siempre cuentan que hay un tesoro, a ella eso parecía bastante aburrido pero igual le dieron ganas de saber si era verdad.

Josefina caminó, caminó y caminó, horas y horas, caminó tanto tiempo que se hizo de noche, entonces se acostó a dormir abajo de un árbol, se despertó y siguió caminando, después de varias horas más de caminata la nena llegó a la base del arcoíris, ¡lo había logrado! ahí vió a un duende rodeado de ollas grandotas llenas de monedas de oro, se acercó y le dijo:
-Hola, yo soy Josefina, ¿Vos cómo te llamás?

-Hola, yo soy Rumpelstinski, ¿cómo llegaste hasta acá?

-Caminando… ¡tuve que caminar un montón! ¿Tenés algo de comer? estoy muerta de hambre

-Claro, dijo Rumpelstinski, acá, en donde empieza el arcoíris todos tus deseos se hacen realidad, tomá un sanguche de milanesa con jamón y queso, tu preferido.

-Uh ¡riquísimo! dijo la nena mientras le daba un mordiscón

Después de comerse el sanguchón y tomarse un jugo de multifruta, la nena le dijo que le encantaba el arcoíris.

Rumpelstinski chasqueó los dedos y una moto con sidecar apareció al lado suyo, se subió y le dijo a la nena:

-Subite, te voy a mostrar el arcoíris desde arriba.

Josefina se metió en el sidecar y salieron a toda velocidad, subiendo hacia arriba del arcoíris sobre el color amarillo.

En la mitad del camino salieron del amarillo y fueron andando por los distintos colores, cuando llegaron a la parte más alta del arcoíris, Rumpelstinski frenó la moto, se bajaron, se sentaron en unos almohadones comodísimos que el duende hizo aparecer y se quedaron mirando la impresionante vista que tenian desde ahí arriba.

Los pájaros que pasaban los miraban con cara de no entender nada, ¿Qué hacían ahí arriba estos dos locos?

Estuvieron un rato largo mirando el paisaje, después jugaron a un extraño y divertidísimo juego de mesa que el duende le enseñó a Josefina y finalmente bajaron del arcoíris, pero esta vez en una lancha de color rosa.

Al llegar abajo se quedaron charlando un rato más y Josefina le dijo que se tenía que ir porque su mamá se iba a preocupar por ella, Rumpelstinski le preguntó si quería el tesoro pero ella le dijo que no, 

-Lo que me gustaría es volver a jugar con vos… la próxima vez podríamos subir en un helicóptero. 

¡Dale! dijo Rumpelstinski, con una gran sonrisa en su cara, te espero cuando quieras.

Remigio la rata voladora

Había una vez una rata chiquitita llamada Remigio. Remigio era una rata muy curiosa y soñadora, siempre imaginando aventuras y cosas increíbles. Pero lo que más anhelaba Remigio era poder volar, como los pájaros que veía desde su escondite en las alcantarillas.

Un día, mientras daba vueltas por una placita, buscando comida en la basura, Remigio vio algo que le llamó mucho la atención. Un grupo de nenes estaban volando barriletes, y se divertían mucho mientras los hacían volar por el cielo. Remigio quedó fascinado por la forma en la que los barriletes flotaban en el aire, y empezó a imaginar que él también podía volar así. Ahí se le ocurrió una idea…

Al día siguiente, Remigio decidió que iba a hacer todo lo posible por cumplir su sueño de volar. Salió temprano de las alcantarillas y fue a la plaza. Ahí, buscó entre los árboles y los yuyos hasta encontrar un barrilete roto que un nene había tirado.

Remigio miró el barrilete atentamente y luego consiguió arreglarlo con un poco de cinta scotch que encontró tirada en la basura de la ferretería, se subió al palo del barrilete y empezó a morder la soga con sus afilados dientes. Después de varios minutos de mordisquear, logró cortar el hilo que lo sostenía al piso.

Remigio se agarró con todas sus fuerzas del hilo del barrilete, y empezó a sentir que algo extraño estaba pasando. El viento empezó a soplar con fuerza, y el barrilete se elevó en el aire, llevando a Remigio con él. La ratita gritó de alegría al sentirse volando por primera vez en su vida.

Desde el cielo, Remigio podía ver el mundo desde una perspectiva diferente, y se sintió como si todo fuera posible. Miró hacia abajo y vio cómo las personas y los animales parecían puntitos, pequeños y lejanos. ¡Había logrado cumplir su sueño de volar y se sentía muy contento!

Finalmente, el barrilete empezó a bajar de a poco, y Remigio aterrizó entre unos yuyos y se dió un buen golpazo al caer, pero estaba tan contento por haber volado que se levantó y empezó a saltar y a festejar. 

Los chicos, que habían estado mirando desde lejos a la rata voladora, se acercaron a Remigio con curiosidad. Remigio les mostró su barrilete, y les contó sobre su increíble aventura, ellos se emocionaron mucho con la gran historia y le preguntaron si quería jugar con ellos.

Remigio se sintió muy feliz y aceptó la invitación. Juntos, los chicos y Remigio pasaron todo el día volando barriletes, andando en autitos de carrera (donde Remigio era el piloto) y divirtiéndose. 

Remigio había cumplido su sueño de volar, había hecho nuevos amigos y había descubierto que a veces, para alcanzar nuestros sueños, solo necesitamos un poco de creatividad y perseverancia.

Conejo fluorescente

Había una vez un conejo chiquitito que vivía en una madriguera debajo de la tierra, en un bosque encantado. Este conejo no era como todos los demás, tenía el pelaje fluorescente y brillaba en la oscuridad con un color celeste que llamaba muchísimo la atención. Precisamente por la vergüenza que le daba ser diferente era un conejo muy solitario, pasaba sus días buscando comida y escondiéndose de los depredadores.

Un día, mientras exploraba su madriguera (que era gigante y tenía muchos túneles inexplorados) encontró un mapa antiguo que mostraba el camino hacia una cueva mágica. El conejo sabía que era muy peligroso salir a la superficie, pero la curiosidad que sentía era tan grande que decidió buscar el tesoro de todas formas.

En el camino, se encontró con un oso polar que estaba perdido en el bosque. El conejo, a pesar de tener miedo, decidió ayudar al oso polar, se acercó y le dijo:

-Hola, cómo estás?

-Hola, un poco triste, estaba buscando un tesoro de una cueva mágica que hay por acá y me perdí.

-Que casualidad, yo también estoy buscando el tesoro, ¿querés que sigamos juntos?

-Dale, dijo el oso sonriendo

 y continuaron juntos la aventura. La búsqueda de la cueva mágica les llevó un largo tiempo ya que el bosque encantado era enorme y estaba lleno de peligros.

Finalmente, llegaron a la cueva, pero se encontraron con un oso hormiguero con rastas que estaba custodiando la entrada. El oso hormiguero no los dejaría pasar a menos que le trajeran una flor encantada que crecía en la cima de una montaña cercana.

El conejo y el oso polar aceptaron el desafío y empezaron a caminar hacia la montaña. En el camino, se encontraron con un oso pardo que también estaba buscando la flor encantada, como era un oso muy simpático y les cayó bien decidieron buscar la flor juntos.

Después de una subida dificilísima, llegaron a la cima de la montaña y encontraron la flor encantada. Pero cuando la iban a agarrar, un Panda gigante, de ojos rojos y aspecto feroz apareció de la nada y los atacó. El conejo, el oso polar y el oso pardo unieron fuerzas y lucharon contra el panda, en un momento el conejo estaba a punto de morderle el tobillo y se dió cuenta de que el Panda tenía un dardo clavado, se lo sacó rápidamente y el Panda volvió a un tamaño normal y dejó de ser malvado, luego les contó que una iguana hechicera le había disparado un dardo venenoso que lo volvió maligno y gigante.

Finalmente agarraron la flor encantada, volvieron a la entrada de la cueva y se la entregaron al oso hormiguero, que los dejó pasar enseguida. Dentro de la cueva, encontraron un tesoro mágico, una picada con jamón, distintos tipos de quesos, salamín, mortadela, jamón crudo, bondiola,  aceitunas y una fuente de cerveza que se regeneraba infinitamente, lo cual por supuesto les permitió a todos vivir felices para siempre.

El conejo fluorescente aprendió que la amistad y la valentía pueden llevarte a lugares increíbles. Ahora se juntaban día por medio en la cueva a comer picada, tomar cerveza y recordar la gran aventura que habían vivido juntos. 

Casa embrujada

Había un vez un chico y una chica que estaban muy aburridos, tan pero tan aburridos que agarraron sus bicicletas y empezaron a recorrer su pueblo sin rumbo alguno, solo daban vueltas, esperando encontrar algo divertido que hacer o qué ver.

Después de un rato de dar vueltas sin nada interesante para ver, pasaron enfrente de una casa abandonada, la misma llamó su atención porque corrían muchos rumores sobre ella, se decía que estaba embrujada y que adentro había fantasmas.

Mirando la casa con atención los chicos vieron que en el segundo piso había un globo negro, que se movia de un lado a otro de la habitación, nadie lo llevaba! el globo se movía solo!

Los chicos estaban tan pero tan aburridos que la curiosidad le ganó al miedo:

-Entremos – Dijo la nena
-Pero es raro eso del globo- Dijo el nene
-Dale! veamos que hay adentro – Insistió ella y él aceptó, porque aunque tenía miedo, también estaba aburrido y le daba curiosidad.

Primero intentaron entrar por la puerta de adelante, pero estaba cerrada con llave. Dieron la vuelta y probaron entrar por una puerta trasera pero también estaba cerrada.

-Vámonos – Dijo el nene.

Pero la nena tenía muchas ganas de ver lo que había adentro, así que, después de dudar un poco, agarró una piedra que había en el patio de la casa abandonada y rompió el vidrio de una ventana, después sacó los vidrios que habían quedado con ayuda de su amigo y con cuidado entraron en la casa.

La casa estaba sucia y llena de telas de araña, se notaba que estaba abandonada hace muchísimo tiempo. Enseguida subieron las escaleras y cuando estaban en el piso de arriba vieron el globo que se movía lentamente, al entrar en la habitación el globo dejó de moverse de repente, un poco asustados se acercaron y al intentar agarrarlo el globo explotó de la nada, ¡se pegaron un susto tremendo!

-Bueno, mejor nos vamos – dijeron.

Y cuando se acercaban a la escalera para bajar, sintieron el ruido de golpes muy fuertes en el piso de abajo. Tomaron aire, y ya bastante asustados, bajaron las escaleras despacito, cuando llegaron abajo pegaron un terrible grito de susto:

La ventana que habían roto estaba tapiada, ahora unas maderas clavadas la cubrían completamente, estaban atrapados, todas las puertas estaban cerradas y no tenían salida. 

Se acercaron a mirar la ventana para ver si podían arrancar las maderas y mientras lo hacían sintieron el sonido de pasos que bajaban por la escalera lentamente: TAC-TAC-TAC-TAC, cada vez más cerca, los amigos se abrazaron, paralizados y temblando de miedo.

Sonó el último TAC y de la escalera apareció lo que tanto temían, un fantasma chiquito y sin cara se acercaba a ellos con dos globos, lentamente. Los dos amigos se pusieron a llorar de terror y el fantasma finalmente habló:

– No tengan miedo chicos, por favor.

Los chicos sorprendidos pararon de llorar un poco y miraron al fantasma con asombro, el espectro se acercó, les dio un globo a cada uno y les dijo:

-Hoy es mi cumpleaños y voy a hacer una fiesta, ¿Quieren quedarse? 

Los chicos dudaron un momento, pero el fantasma parecía amistoso y la verdad es que habían tenido un día aburridisimo y les encantaba la aventura, así que se miraron entre sí y dijeron al mismo tiempo:

-Bueno, dale.

El fantasma no tenía cara, pero brilló un poco y les agradeció, estaba contento.

Los chicos ayudaron al fantasma a decorar la casa poniendo globos negros y violetas por todas las habitaciones, hicieron una sangría con vino añejo y un poco  de sangre de verdad y decoraron una torta negra con patas de araña molida, las velas eran los huesitos de una mano.

Empezaron a llegar los invitados uno a uno: Drácula, Frankenstein, el hombre invisible (según le contaron a los chicos, ellos no lo vieron), La Momia y el Hombre Lobo.

Los chicos estaban un poco asustados de los monstruosos invitados, pero a medida que pasó el tiempo se fueron conociendo y se hicieron amigos, al final, pasaron una fiesta espectacular y se fueron muy contentos de la casa embrujada, despidiéndose de sus nuevos amigos y orgullosos de haber superado el miedo para vivir una aventura única.

El nene que quería llegar a la luna

Había una vez, un nene chiquito que se llamaba Beto y que quería llegar a la luna, Beto le preguntó a todos los grandes que conocía para que lo ayuden, pero todos le decían más o menos lo mismo: “Es imposible llegar a la luna a menos que seas un astronauta”. 

Él la veía en el cielo, tan grande, tan brillante y tan linda, lo que más le gustaba es cuando había luna llena, y si era de esos días en que la luna está naranja o amarilla se volvía loco de alegría, un día la luna estaba así y decidió que tenía que probar, 

-Si no lo intento nunca sé si es verdad que no se puede -dijo

y salió derecho al techo de su casa, tuvo que trepar por las rejas de la ventana y le costó un poco porque era de noche y estaba oscuro, pero lo logró, el problema es que desde el techo de su casa no podía llegar a la luna, estiraba los brazos pero se dió cuenta de que no, estaba muy lejos.

Como en el techo de su casa no llegaba, se fué al techo de la casa más alta de la ciudad, pero ahí tampoco llegaba, así que se fué al techo del edificio más alto de la ciudad… tampoco llegaba. Pero no se iba a dar por vencido, consiguió una escalera muuuy alta, que sacó del cuartel de bomberos (lo que fué un lío grande grande), una vez que estaba allá arriba, en el edificio más alto de la ciudad, en la parte más alta de la escalera, el viento soplaba fuerte, la escalera se movía y daba un poco de miedo… pero todavía estaba lejos de la luna, se puso un poco triste y estaba a punto de llorar… pero entonces justo pasó una estrella fugaz que pasaba en el cielo y pidió un deseo:

-Quiero llegar a la luna.

Al momento que pidió su deseo la estrella fugaz pareció escucharlo y empezó a venir hacia él, pero cuando estaba más cerca se dió cuenta de que no era una estrella fugaz, era un pájaro de fuego, rojo y brillante, cuando estuvo bien cerca el pájaro le dijo:

-Vos querés ir a la luna no?

-Si, respondió el nene asombrado.

-Bueno, vamos, subite.

-Ehhhh, pero, estás prendido fuego, no me voy a quemar?

-No, vos probá, vas a ver que no te pasa nada.

Entonces el nene se subió y cuando estuvo sobre el pájaro él también se prendió fuego, pero no sentía nada, no le dolía, y estaba bastante copado ser de fuego, el nene estaba muy feliz:

-¡A la lunaaaa! gritó

-¡Allá vamoooos! dijo el pájaro contagiado del entusiasmo de Beto.

Entonces fueron volando rápido rápido para la luna, y cuando aterrizaron, Beto se bajó y dió unas vueltas, mientras el pájaro de fuego descansaba al lado de una piedra.

La luna era bastante aburrida la verdad, gris y con unos agujeros grandotes que se llaman cráteres, más oscura de lo que parecía desde la tierra, así que después de una vueltita se sentó al lado del pájaro de fuego y se quedó mirando la tierra un rato largo.

-Es lindo nuestro planeta no? -dijo el nene

-Sí, es un lugar hermoso, respondió el pájaro de fuego.

-Cómo te llamás vos? preguntó el nene curioso

-Carlos, dijo el ave.

-Gracias Carlos, muchas gracias, en serio. -dijo Beto.

-De nada, avisame cuando quieras volver.

Entonces Carlos, el pájaro de fuego y Beto, el nene que fué a la luna se quedaron sentados, mirando la tierra juntos desde arriba.